La certificación energética es el espejo que refleja la imagen de lo que no quisiéramos ver, pero siempre estuvo ahí, la de una edificación poco sostenible.

Increíblemente, a pesar de nuestra dependencia energética y de los efectos que sobre el medio ambiente tiene el uso poco racional de la energía en España, uno de los argumentos más extendidos para retrasar el incremento de las exigencias térmicas de la edificación fue que, siendo un país cálido, no se necesitaban edificios con exigencias térmicas proporcionalmente equiparables a países vecinos como Francia, con los que compartimos alguna zona climática.

El día 1 de junio se cumplieron tres años de la puesta en marcha del certificado energético y la imagen no es satisfactoria: el 84% de las viviendas etiquetadas son letras E, F y G, es decir, las tres últimas de las siete categorías clasifactorias existentes.

Quizás, algunos piensen que este porcentaje hace referencia a las viejas o muy viejas viviendas, pero desgraciadamente se permitió que las aproximadamente 350.000 viviendas de nueva construcción que llegaban al mercado entre 1991 y 2007 (casi 6 millones de viviendas) lo hicieran en condiciones poco más exigentes que las viejas o viejísimas de nuestro parque inmobiliario.

AFELMA fue especialmente crítica con esa situación, como se puede ver en su histórico de noticias publicadas y también lo fue con el retraso en la actualización del DB-HE y con el de la puesta en marcha de la propia certificación energética.

Según el IDAE hay inmuebles con un consumo energético del 90% por encima del consumo medio, lo que da idea del potencial de ahorro, que podría superar el 50% del consumo de energía. Un alivio para todos (ciudadanos, instituciones, empresas y, sobre todo, familias).

Pero no hay que llorar por la leche derramada, sólo debemos intentar mejorar y ser menos condescendientes con las normas y las prácticas que nos alejan de Europa y nos vuelven menos competitivos, más insalubres y menos sostenibles.

Y así, la Certificación Energética ha evidenciado deficiencias en la envolvente de edificios, en las instalaciones y sistemas empleados que es preciso corregir. Esas deficiencias son ¿fruto de las normas? ¿fruto de la mala práctica? o ¿del desconocimiento sobre las propiedades de los materiales empleados?

También se ha puesto de manifiesto que hay que ser exigentes con la tramitación de los certificados, evitando las fórmulas de certificación sin visita al inmueble y, debiendo de incluir siempre, recomendaciones que orienten a los usuarios, porque es un buen método para fomentar la cultura sobre la eficiencia energética.